lunes, 30 de agosto de 2010
Te quiero verde (fragmento)
Fraseos como filamentos viscosos de insectos amantes, metamorfoseándose en terruños arcillosos y fértiles, uno en el otro, uno por el otro. Como notas difuminadas en las nubes del otoño junto a las plumas del gorrión enrulándose en su canto matutino, espeso, en las corrientes que dibujan círculos de hojas amarillentas en la plaza.
sábado, 21 de agosto de 2010
Primeras inquisiciones acerca de por qué leo tan lento
No me canso del vértigo impetuoso de verme fulminada por un pensamiento, idea, concepto, metáfora, delirio, capaz de imprimir conexiones inamovibles en mi mente, capaz de desintegrarme para volverme a integrar (o no, esa es una duda que tengo hace rato). Esto es una exageración, o la apariencia de una exageración, y por eso evoco la idea de una muerte, porque agotar la materia, el por qué de que no me canso de leer, es imposible. Es decir, seguiría leyendo para poder responder por qué, y seguiría leyendo porque sí, también. Pero el motivo de estas inquisiciones es otro...
Leo tan pero tan lento porque no quiero llegar a la instancia de compromiso y posterior divorcio de la idea, concepto, metáfora, delirio, metonimia, metalepsis, silepsis, ironía, que me fulminó en una primera instancia de enamoramiento. Soy, en este aspecto bien definido y bien delimitado de mi vida, completamente inmadura. Esto no quiere decir que no pueda terminar de leer un libro, o que no pueda tener cada tanto un arrebato de pasión, sino que lo hago lento, como una púber floreciente y enamorada que espía con disimulo a su Él y luego le habla pero de manera enajenada, para vivir en ese estado de ensoñación lúcida durante el mayor tiempo posible. En este sentido, y para seguir exprimiendo aún más la comparación, pero no más de lo necesario o soportable, también debería decir que soy promiscua o fácilmente enamoradiza. Busco esa etapa de primer enamoramiento con uno y otro libro, o con varios simultánemente. Suelen pelearse entre ellos, como celosos, por la primacía. En realidad, valga seguir exprimiendo, es que no voy a poder casarme nunca.
Leo tan pero tan lento porque no quiero llegar a la instancia de compromiso y posterior divorcio de la idea, concepto, metáfora, delirio, metonimia, metalepsis, silepsis, ironía, que me fulminó en una primera instancia de enamoramiento. Soy, en este aspecto bien definido y bien delimitado de mi vida, completamente inmadura. Esto no quiere decir que no pueda terminar de leer un libro, o que no pueda tener cada tanto un arrebato de pasión, sino que lo hago lento, como una púber floreciente y enamorada que espía con disimulo a su Él y luego le habla pero de manera enajenada, para vivir en ese estado de ensoñación lúcida durante el mayor tiempo posible. En este sentido, y para seguir exprimiendo aún más la comparación, pero no más de lo necesario o soportable, también debería decir que soy promiscua o fácilmente enamoradiza. Busco esa etapa de primer enamoramiento con uno y otro libro, o con varios simultánemente. Suelen pelearse entre ellos, como celosos, por la primacía. En realidad, valga seguir exprimiendo, es que no voy a poder casarme nunca.
sábado, 14 de agosto de 2010
Fragmento de una conversación de un día de invierno en este lado del hemisferio
Matilde, la nena escribe. En su cuaderno, escribe horas y horas enteras. Vaya uno a saber que le pasa. Piensa mucho las cosas. O está triste y no sabe como decirlo. En vez de ir a la plaza como los otros niños o jugar con las muñecas que le regalamos...ella, dos puntos, es-cri-be. No conseguimos nada con hacerla mirar ese programa de los sueños, después escribió sobre eso y me dijo "mirá papi, lo que escribí recién". No me mires con esa cara, sí, así como te lo estoy diciendo yo me lo dijo ella a mí, con el cuaderno en la mano. Ya sé que me dijiste que hay que seguir con eso de la psicología de no pegarle, qué se yo, que te dijo la maestra, pero todo tiene un límite...Matilde. Por favor Mati, hay que hacer algo. Mati, Mati querida ¿Matilde? ¿Matilde?¿Dónde te fuiste?
jueves, 5 de agosto de 2010
Orbitando Orbes
La ciudad pasa, por la ventana del colectivo, como viajante apurado, disperso en el dolor de sus pies fatigados y en su mente deseosa de caminar descalza.
La ciudad pesa, valijas en mano, como gruta de pinturas rupestres y tranvías oxidados, como polvo estelar latente y circular.
La ciudad, toda ella de humo, se mete en tus huesos. Y la respirás, oriundo descuidado, y la exhalás, cuando es imposible la desustancialización. El frío es un estado de ánimo, y tu cuerpo, esclavo de deliciosos caprichos, ardid de un ser malicioso, va a parar al lugar indicado del marco de pestañas. Allí, raíces invisibles se adueñan de los péndulos del reloj colgado de los rayos solares que entibian tu cabellera.
La ciudad, que siempre estuvo adentro de otra, y rodeando otras más pequeñas, se ve tan lejana, pasajera, reluciente en el lugar donde se la busca.
La ciudad pesa, valijas en mano, como gruta de pinturas rupestres y tranvías oxidados, como polvo estelar latente y circular.
La ciudad, toda ella de humo, se mete en tus huesos. Y la respirás, oriundo descuidado, y la exhalás, cuando es imposible la desustancialización. El frío es un estado de ánimo, y tu cuerpo, esclavo de deliciosos caprichos, ardid de un ser malicioso, va a parar al lugar indicado del marco de pestañas. Allí, raíces invisibles se adueñan de los péndulos del reloj colgado de los rayos solares que entibian tu cabellera.
La ciudad, que siempre estuvo adentro de otra, y rodeando otras más pequeñas, se ve tan lejana, pasajera, reluciente en el lugar donde se la busca.
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