domingo, 21 de octubre de 2012

Ensayo de Bitácora propiamente dicha

 
 Supongo que voy a quedarte debiendo la poesía que te hubiera gustado leer acá, será para otro día...
Porque hoy tengo ganas de hablar de los baños públicos (¿por qué esa idea fija?) Exactamente es para exorcizarme de esa idea... la escritura como exorcismo, el blog como exorcismo, siempre lo mismo.
  Es domingo, llueve como si nunca hubiese llovido, como si las nubes hubiesen decidido recordarnos que es domingo. Llueve y por esa razón ajena a mi voluntad estoy atrapada frente a la computadora de mi hermana. Pero ahora me acuerdo de haberme metido en ese maldito baño (¿será por el sonido del agua?). No quedaba otra que meterme en ese maldito baño de mala muerte o sufrir la humillación pública (horror de rememorar la infancia). Dos, tres minutos respirando pestilencia. Sí, los baños públicos de mujeres también son pestíferos.
  La puerta del baño está totalmente cubierta con pensamientos, anhelos, dudas existenciales, diálogos, no puedo evitar detenerme a leer y no puedo dejar de pensar ¿por qué si yo no veo la hora de cruzar la puerta para respirar alguien se detuvo unos minutos para escribir en ese lugar sus dudas existenciales? Me lo imagino, mientras la susodicha busca papel higiénico en la cartera, ve el fibrón y no resiste la tentación de dejar su huella en el receptáculo de ideas que es la puerta del baño. Miles y miles de mujeres desprevenidas (y hombres, quién sabe) mientras buscan papel higiénico y hacen malabares para no mojarse los zapatos en el piso mojado, o para no llevarse restos de papel en el zapato, o para no llevarse restos de nada indeseable, se encuentran con las dudas existenciales a flor de puerta, frente a sus narices fruncidas. Reflexiones acerca de los géneros (femenino, masculino) que incluyen los últimos estudios acerca de la arbitrariedad de hacer definiciones tajantes. La mala fama de todo lo que pueda considerarse como "absoluto". Opiniones a favor y en contra, la versión marxista (siempre), uno que otro insulto (qué ingenua que sos nena, anda a leer a pepito y a juancito), un teléfono, un mail, tachones (sí, censura o autocensura en el baño), lo que soñó la vez pasada, la receta para sufrir menos, las últimas novedades de su vida sentimental. Todo eso por verse obligada a usar las instalaciones del baño de la institución. Sigo con mi pregunta: era tanta la tentación del fibrón indeleble o del rincón de puerta en blanco? Si no hubieras tenido el fibrón, ¿qué hubieras usado? Me encantaría que alguien me respondiese.
  Quizás la única manera de sacarme la duda (¿existencial?) de la cabeza sea llevando un día de estos un fibrón indeleble al baño, barbijo de por medio. A lo mejor sólo gano un par de insultos (¿no tenés nada mejor que hacer nena?!) o quizás pueda compartir la respuesta en algún espacio en blanco que encuentre por ahí.
 
Puerta egipcia al Más Allá