miércoles, 19 de junio de 2013

Ocupaciones de una mente ociosa. Capítulo I: My little dog

 A veces se me pega una frase en el paladar y la repito y la repito y la repito hasta que pierde sentido y se convierte en una cadena de sonidos divorciados de cualquier cosa inteligible. Como la comida, si se mastica muchas veces pierde textura, sabor, temperatura y al final no podemos diferenciarla de nuestra propia saliva. Tenemos perros, los seres humanos tenemos perros (o gatos, pero como yo tengo perros pensé la frase así, che). Tenemos perros ( y la introducción que pretendía ser lírica ¿para qué?). Pierde sentido casi de inmediato. En algún momento los pichichos cambiaron su genoma para vivir y necesitar a los seres humanos. Los gatos también lo hicieron, o lo fingen muy bien. Pero no quiero hablar de los gatos, ni de las diferencias entre los gatos y los perros, ni del genoma, en realidad quiero hablar de MI perro. ¿De qué otra cosa podría hablar una mente tan ociosa como la mía?
 Para ser más específica, quería hablar de la sexualidad de uno de mis perros. Es macho, raza mestiza, de 11 ó 12 años de edad, cumple los años en navidad, y podría decirse que fue como un regalo navideño, de esos que te llegan cuando menos lo esperás. No entendemos cuál fue la mutación genética que sufrió el animal, y cuál o cuáles fueron los motivos o factores desencadenantes de su peculiar modo de ser. Lo cierto es que le gusta salir a la calle a buscar parejas sexuales, hembras o machos, perros o gatos, piernas humanas o ramas de árboles, o algún que otro oso de peluche (sin desmerecer a los otros animales de peluche) que no sabemos cómo puede ser que sobreviva a esos ataques. Tiene miedo de esa estupidez humana llamada pirotecnia, pero si se le presenta alguna oportunidad de satisfacer sus apetencias, se olvida completamente de los ruidos que en otro momento hubieran bastado para arrojarlo abajo de la cama. Estuvo perdido un mes a causa de esos ruidos idiotas. Pero eso no hubiera pasado si se hubiera encontrado con algún can que erecte sus orejas...
 Esto seguro tiene que ver con su terquedad extrema. De eso nos hacemos cargo en mi familia, porque siempre queremos tener la razón en todo. Siempre. Podemos defender durante horas que el cielo es verde, mientras otro dice que es violeta, y esto haciendo uso de un delicado dominio de la argumentación que siempre concluye con un portazo, una puteada o el silencio. Sí, el silencio que sigue al agotamiento inútil de las neuronas hasta el día en que la discusión se reactiva. Así que, como fiel discípulo que es, si el pichicho quiere salir y nadie le abre la puerta, salta por la ventana (no importa cuánto tenga que retorcerse y achicarse para pasar) o salta desde el techo (no importa que tan alto sea el techo). En cuanto a la sexualidad desenfrenada y sin tabués, eso es cosa del perro, nadie se hace cargo de nada, nadie pregunta nada ¡nadie pregunta nada! Menos mal que somos muchos y podemos pasarnos la pelota mutuamente. Y si los vecinos nos miran raro, podemos mudarnos, aunque igual lo hacemos cada dos años, o cada año y medio, o cada medio año (portazos, puteadas, silencios).
 Los vecinos ya vinieron a tocarnos timbre. Nos miran raro ¿esa es tu perrita? ¡No! es un PERRO ¡Ah! (ceño fruncido). Fíjate que está cruzando como loco, persiguiendo a ese otro perro que no sé de donde vino... ¡adentro Rockefort! ¡Vos no, andate a tu casa! (puerta indecisa que se abre y se cierra) ¡Roquesito! ¡Rock!¡Roque! Se fue a la mierda otra vez...