sábado, 20 de marzo de 2010

Don Juan venido a menos


Todo comenzó con esa alucinación nefasta, en la que Fausto se veía corriendo de una multitud de mujeres vestidas de blanco, quién sabe por qué vestidas de blanco. Algunas de ellas ensuciaban sus vestidos con el exceso de maquillaje negro que junto con sus lágrimas saladas y su dolor crónico salían de esos poros chispeantes. Todas lo perseguían a Él y a su smoking negro, a Él y a su parafernalia sensual. Imposible no sentirse un Semidios, un Aquiles con su talón resguardado. Pero no, Fausto se hubiera puesto un repelente antes que un desodorante, hubiera vomitado la cerveza a su partenaire o se hubiera enterrado en la arena de pies a cabeza.

¿Y a quién se le ocurre acercársele vestida de blanco, con unas sutiles y elegantes líneas negras enmarcado sus terribles ojos? Tiene que ser una lunática con poco sentido de la ubicación del eje terrestre, o una trasnochada con poco sentido de ubicación de los polos. Y definitivamente tiene que encantarse con su aire infantil e inofensivo, con su inteligencia y humor servido en la justa medida.

Llegaba un momento en que Fausto comenzaba a transpirar ante la presencia de esa femme también encantadora, locuaz e inteligente. Todo su ser se volvía una náusea a punto de exteriorizarse y comenzaba a emitir sonidos balbuceantes que de a poco se iban convirtiendo en un tartamudeo que golpeaba la puerta para entrar e instalarse definitivamente. Escuchaba la sirena que le marcaba la huida pero iba a buscarse un vodka con licor de kiwi y continuaba, o empezaba de nuevo, la frustrada conversación.

Ahora necesitaba un paracaídas o un ungüento mágico para escabullirse de la zona de batalla, una vez visualizado y estudiado el enemigo, y convencido de su calidad como tal. No era homosexual ni misógino, tampoco abstemio, vale aclararlo. Ellas eran el problema, ellas que eran una sola, moviéndose en multitud, un ejército de Ariadnas tejedoras con las que era mejor cortar los hilos, poniendo en peligro la vida si fuera necesario. Ellas con su vestido blanco ¡tan blanco! Y sus mejillas rebosantes de vitalidad y florecimiento. Pero nada de enredarse en ese ovillo mullido, que los gatos robaban en la siesta. Como Altazor, iba rumbo hacía una muerte que quería para él solito.



4 comentarios:

  1. Me gustan mucho las imagenes que usas... y lo de Altazor... Una maravilla... "¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?"

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  2. Inposible elegir un verso de Altazor, imposible:

    "Justicia ¿qué has hecho de mí Vicente Huidobro? (...)
    Dadme el infinito como una flor para mis manos"

    Es que no quería morir, y había comido del árbol del conocimiento, como todos, incluso él, un personaje de papel y tinta.

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  3. ¡Me gustó!
    No leí Fausto, pero la multitud de mujeres vestidas de blanco me hizo recordar a otra, de mujeres vestidas de negro.
    Así arranca Anacleto Morones, de Juan Rulfo. ¿Lo leíste?

    "¡Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos sobre los que caían en goterones el sudor de su cara."

    ¡Abrazo!

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  4. Yo tampoco leí Fausto, tomo solamente el nombre, ¿se relacionarán de algún modo?. Tiene más sentido el nombre Don Juan que figura en el titulo.
    Para el personaje las mujeres vestidas de blanco son como esas mujeres vestidas de negro del cuento de Rulfo!
    Saludos

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